sábado, 8 de agosto de 2009

REDESCUBRIR LA BELLEZA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

Uno de los legados más maravillosos que Jesús dejó a la Iglesia es el ministerio sacerdotal, es ante todo el descubrimiento de un Dios que no quiso dejar sola a la iglesia sino que a través de sus ministros quiso prolongar su acción salvadora a lo largo de los siglos. Son los ministros quienes sirven el pan de la Palabra y de la Eucaristía en el corazón de la humanidad, sigie haciendo vida las palabras del Maestro “Dadles vosotros de comer”, retomando el texto de San mateo, pero son también y ante todo, hombres que lo dejan todo para configurarse con Cristo, lo anterior implica tres elementos fundamentales: Fidelidad al Maestro. El ministro que se siente llamado, debe saber que su vida es una respuesta diaria al amor de aquel que, lo ha considerado digno para presidir al pueblo y orientar a los fieles hacia Dios, fidelidad significa que el corazón no puede estar dividido entre dos señores sino que solo un Señor arroba la atención y seduce el alma. Obediencia a la Iglesia: El misterio de la Iglesia no es amado por la belleza de sus piedras o por el dolor causado por los errores cometidos a lo largo del tiempo, es amada por que Dios quiso que esta se convirtiera para los creyentes en una escuela de santidad, pese a los obstáculos la Iglesia muestra el rostro de Jesús. Un presbítero descubre su identidad mas profunda en torno a su presbiterio o en su comunidad religiosa. La vida de los ministros de la Iglesia no se entreteje de soledades, sino de presencias amorosas que permiten descubrir sentido y encontrar horizontes… siempre en la iglesia, jamás fuera de ella. Renuncia permanente: El Maestro habló muchas veces sobre la verdad, el mundo y los discípulos, tres elementos muy unidos. Si se quiere ser fiel a Jesús, el mundo debe asumirse como un medio, jamás como un fin. El ministros que no tenga claridad de sus compromisos terminará obnubilado por las cosas atractivas de lo pasajero, todo sacerdote debe tener sus pies sobre la tierra y su mirada fija en la eternidad, solo así será mostrado Cristo a los hombres. Bien, desde esta parroquia de Cristo Salvador los invitamos a orar por los sacerdotes, para que Dios conceda que en ellos la belleza del Evangelio se muestre radiante y Dios sea amado, bendecido y glorificado desde donde sale el sol hasta el ocaso. Que la virgen María nos muestre a Jesús Sumo y eterno sacerdote.

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ORACIÓN AL CORAZÓN DE JESUS

ORACIÓN AL CORAZÓN DE JESUS
ACORDAOS Acordaos ¡oh sagrado Corazón de Jesús! de todo lo que habéis hecho por salvar nuestras almas, y no las dejéis perecer. Acordaos del eterno e inmenso amor que habéis tenido por ellas; no rechacéis estas almas que vienen a Vos, agobiadas bajo el peso de sus miserias oprimidas bajo el de tantos dolores. Conmoveos a la vista de nuestra debilidad, de los peligros que nos rodean por todas partes, de los males que nos hacen suspirar y gemir. Llenas de confianza y amor, venimos a vuestro Corazón, corno el corazón del mejor de los padres, del más tierno y más compasivo amigo. Recibidnos, ¡oh Corazón sagrado! en vuestra infinita ternura; hacednos sentir los efectos de vuestra compasión y de nuestro amor; sed nuestro apoyo, nuestro mediador cerca de vuestro Padre, y en nombre de vuestra preciosa sangre y de vuestros méritos, concedednos la fuerza en nuestras debilidades, consuelo en nuestras penas, y la gracia de amaros en el tiempo y de poseeros en la eternidad. Corazón de Jesús, yo vengo a Vos porque sois mi único refugio, mi sola pero cierta esperanza; Vos sois el remedio de todos mis males, el alivio de todas mis miserias, la reparación de todas mis faltas, la seguridad de todas mis peticiones, la fuente infalible e inagotable para mi, y para todos la luz, fuerza, constancia, paz y bendición. Estoy seguro que no os cansaréis de mí y que no cesaréis de amarme, protegerme y ayudarme, porque me amáis con un amor infinito. Tened piedad de mi, según vuestra gran misericordia, y haced de mí, por mi, y en mí todo lo que queráis, porque yo me abandono a Vos con una entera confianza de que Vos no me abandonaréis jamás. Así sea.